
(Escrito el 29 de octubre de 2009) El reloj sonó a las 4 de la mañana! A las 5 teníamos que estar en el muelle de Huequitos para embarcarnos en Golfinho con destino hacia la triple frontera de la Amazonía: Santa Rosa (Perú), Leticia (Colombia) y Tabatinga (Brasil), 3 ciudades divididas por diferentes ríos y fiordos pero tan unidas que el cambio de dinero, el idioma, las comidas y hasta el biotipo de sus habitantes cambia cuando cruzas la calle.
Golfinho es un bus acuático, con asientos no reclinables ni numerados. Sale todos los miércoles, viernes y domingo a las 6 de la mañana, entonces, hay que llegar temprano (tipo 05:00 AM) para tener una buena ubicación y quedar “juntitos”. La llegada a Huequitos fue mágica, aún no lo sabíamos, pero la verdad es que desde ese momento haríamos la mayor parte del viaje navegando, y cruzar el río se transformaría en una rutina tan básica como tomar la micro todos los días. Semanas después, ya de vuelta en Santiago, leí en el diario que en algún río de Europa, al parecer de Alemania, se había creado el primer barco-bus de transporte público y que era toda una “revolución” para los habitantes… “Qué poco conocen del mundo”, pensé, “de nuestro mundo, el sur del mundo… la Amazonía se ha transportado así toda su vida…”
Y la magia… bueno ahí estaba, al bajarnos del mototaxi y con 30 grados de calor a las 5 de la mañana: El amanecer de la selva, el sol recién apareciendo y las casas flotantes, que parecen emerger desde el río, cubiertas por una bruma caliente y espesa. Cientos de tonos amarillos, rojos, verdes y azules que se intensificaban a medida que avanzaban los minutos y mientras la fila para subirnos al barco se acortaba lentamente.
Después que dejas las mochilas en el techo del barco, temiendo por supuesto que no llueva como suele suceder en estas latitudes, y que tu ropa no quede “estilando”, instalamos nuestra humanidad en los cómodos asientos de Golfinho; compramos unas ricas naranjas, agua y galletas (porque comienza el desfile de vendedores ambulantes).

Mientras avanzábamos comencé a mirar las caras de quienes iban en el barco… es curioso pero hasta ese instante creo que todos eran desconocidos para mí, todos menos la Lufa. Desde el joven cura misionero que no sabía una gota de español, hasta las madres que con pequeñas crías y bolsos del tamaño de mi mochila, intentaban domar a sus criaturas que corrían sin descanso por el pasillo. Comenzamos a conversar por primera vez, de la vida, de los sueños, de las esperanzas… y también a escuchar a “Grupo Kaliente”, el conjunto musical más famoso de Iquitos, en un video que duró 6 largas horas (al parecer el capitán era fan).
Cuando restaba como ½ hora de viaje se largó un diluvio de aquellos; el agua caía derechita, sin viento, Golfinho apenas se movía, sólo se mojaba. Llovía por partes, a ratos pasábamos bajo el sol y luego de vuelta al diluvio. No importaba, mientras entrara algo de brisa fresca por la ventana. Y entonces, casi sin darme cuenta, aparecen en el cielo dos perfectos arcoíris, “casi los puedo tocar”… pensé. En ese instante, el barco da un giro inesperado y comienza a moverse mucho más que antes, al tiempo que la tormenta se desata y comienzan a caer rayos y truenos: “Pueden bajar” dice el capitán.
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